Nº3

Editado en diciembre de 2013.

La soledad del corredor de fondo




So I got bored and left them there,
they were just deadweight to me
better down the road without that load
(Trasher, Rust Never Sleeps (1979))




Es hora de que alguien le diga a Neil Young que su tiempo parece haberse acabado. Que descanse, que se acomode.

Hay algo en la juventud que permite analizar críticamente un disco mejor de lo que podría resultar del bagaje de toda una vida dedicada a la música. Tiene que ver tanto con la intuición como con la renuncia automática a la malentendida pleitesía con la que defienden estas tardías obras los periodistas musicales.
Personalmente, me alegra mucho – y seguro que a él también – la conciencia de que la repercusión de los últimos trabajos de cualquier músico con una carrera tan llena de referencias nunca sobrepase la doble página que le dedican revistas tan antiguas como sus primeros discos: los restos de sus recientes naufragios musicales son rápidamente engullidos por las marejadas de nuevas y no tan nuevas bandas que ondulan en el océano web del siglo XXI. Mientras, sus discos clásicos y no tan clásicos sobreviven, convertidos en buques de guerra y portaaviones que hunden discípulos tardíos.

El de Neil Percival Young no es el caso típico de un músico que vuelve. Él nunca se fue y para ello podéis corroborar cuantos discos ha editado desde 1966 hasta la fecha.

Dos cosas pueden ocurrirle a un músico con sus años: o bien pierde el norte o bien comienza a repetirse. Pues Young se repite hasta la saciedad.
 
¿Qué? ¿Qué traen de nuevo Praire Wind, Chrome Dreams, Living with War, Fork in the Road, Americana o el último Psychedelic Pill? ¿Qué hace que no haya hecho antes mucho mejor? No importa si vuelve al folk acústico que dio como resultado canciones geniales durante décadas (sí, décadas) o continúa por la senda del fuzz rock de los Crazy Horse; sea lo que sea lo que sale desde hace diez años de sus grabaciones, no vale una mierda.

No es que estemos en posición de pedirle a Neil Young que innove a estas alturas. Estamos hablando del tipo que introdujo el ruido en la tradición folk americana, elevando el nivel de distorsión antes que nadie(a excepción de su adorado Hendrix) y al que los años noventa, los de Sonic Youth, Dinosaur Jr, Pixies, Pavement, Nirvana, Mudhoney, Pearl Jam, es decir, los putos geniales años noventa, le deben parte de su gloria. Cualquier reclamación acerca de esta última frase la mandáis a las oficinas de Donato, aunque mientras podéis buscar el recopilatorio The Bridge, donde algunas de las bandas nombradas pagan su particular tributo versionando varios temas clásicos del canadiense. Además, opino que Mirror Ball (1995), disco grabado con Pearl Jam (con la mínima presencia de Eddie Vedder ¡Toma ya!) es uno de los mejores discos jamás editados por Young.

¡Oh! Hablamos también del tipo que en el año 1982 estrenó su contrato con Geffen Records con un disco electrónico lleno de sintetizadores y temazos como Computer Age o Computer Cowboy (aka Skycrusher). Creo que intentó “innovar” de nuevo con Le Noise (2010) junto al productor Daniel Lanois. Aprovechando su pasión, ampliamente demostrada, por el fuzz, juntos produjeron un disco vacío, a base de capas y capas de guitarras que no tenían ni fin ni objetivo concreto, un disco que aburría hasta la extenuación.

En cierto modo, el canadiense ha tenido que sentirse siempre muy solo. Un repaso a su historia deja muy claro que la suya fue siempre la carrera de un solitario corredor de larga distancia y, por lo que parece, un corredor sin meta.

Es curioso que el pistoletazo de salida lo diera Richie Furay, su compañero en Buffalo Springfield junto a Stephen Stills, con “A child´s claim to fame”, una canción acerca del enorme ego que arrastraba Young ya en su primera etapa y que coincidió con su huida a Canadá durante la grabación del segundo álbum de la banda, Buffalo Springfield Again. En este mismo disco, por cierto, se incluyeron dos canciones que Young compuso y grabó sin la participación de la banda: Broken Arrow y Expecting to Fly, otro título premonitorio de su futuro musical.
Buffalo Springfield

Tras la dramática ruptura de la banda tras tres discos en apenas dos años, en 1969 se unía a Crosby, Stills y Nash en ese supergrupo de folk vocal que fueron C,S,N&Y. Esa & es representativa del papel que Young quería jugar en la nueva banda: apenas un año después de la ruptura, entraba a formar parte de un proyecto en manos de Stills que ya gozaba de éxito entre el público americano. Young ya se ocupó de avisar, por contrato, de que se le permitiera continuar la carrera de su nueva banda, Crazy Horse.

Con su participación, los Crosbys grabaron un único disco Deja Vu, que entró directo a las listas de éxitos; pero su mayor éxito vino después en un single, Ohio, con el que alcanzaron directos el número catorce de las listas de éxitos. Ohio fue escrita por Neil Young y fue esa canción la que les aupó al escenario de Woodstock, concierto que editarían en 1970, y al de Altamont, donde fueron recibidos como auténticas estrellas. Después, la misma historia. Stills y Young compiten por ser los mejores compositores y Nash recela en silencio como buen inglés, a pesar de ser autor de buenas y cursis baladas folk. C,S,N&Y hicieron una nueva gira al año siguiente y disolvieron la sociedad.
CSNY

Aunque Crosby, Still y Nash se han reunido con regularidad desde entonces, sólo en contadas ocasiones Neil Young ha vuelto a tocar, grabar o dejarse ver con sus antiguos compañeros, a pesar de que fuera capaz en sólo un año de apropiarse del espíritu de una banda que no era la suya, sino la de su amigo y enemigo Stephen Stills. De hecho, hace poco leí que Graham Nash afirmaba, sin recelos esta vez, que el día que Young decidiera unirles todos responderían a su llamada. Sin embargo, no parece que Young esté muy por la labor. A veces pienso que debería, por un rato.

Una de estas ocasiones quedó registrada en el álbum Long may you run de 1974, bajo el nombre de The Stills-Young Band. La canción que da título está dedicada al coche que Young conducía cuando tuvo lugar el famoso encuentro fortuito con la pareja Stills – Furay y que llevaría a la formación de Buffalo Springfield, así que es fácil interpretarla como un homenaje a la difícil amistad que les unía. Fuera como fuese, su renovado amor duró sólo la mitad de la gira. Fiel a su orgullo, Young le mandó un breve telegrama a su compañero:
Querido Stephens. Es curioso que cosas que empezaron tan espontáneamente acaben de esta manera. Cómete un melocotón”.

En el breve período que va desde 1966 a 1970 Young publicó tres álbumes junto a Buffalo Springfield y dos con C,S,N&Y pero, como un esforzado atleta, tuvo tiempo también de publicar sus tres primeros discos en solitario: Neil Young (1969), Everybody Knows this is Nowhere (1970) primer disco junto a unos recién formados Crazy Horse; y After the Gold Rush el que es para mí , una de las cumbres de su genialidad.

When you see me
Fly away without you
Shadow on the things you know  
(Birds, After the Gold Rush, 1970)

Apenas cumplidos los 25 años Neil Young, que ya contaba con siete discos publicados, publica un disco ESPECTACULAR: canciones emocionantes de folk acústico en las que empieza a mostrar una particular destreza como guitarrista; acaba por germinar la semilla de los Crazy Horse con Southern Man o When you dance you can really love; e incluye la obra maestra que es After the Gold Rush, la balada onírica que da título al disco.

Este es también un álbum que marcará la tónica de sus siguientes referencias: colaboraciones elegidas a dedo, músicos amigos siempre en un segundo plano, diferentes combinaciones de los mismos personajes para una carrera que tenía un largo camino por delante. En este disco destacan sobre todas las demás, la participación de su íntimo amigo Danny Whitten guitarrista fundador de Crazy Horse y de un jovencísimo Nils Logfren, futuro guitarra de la E Street Band, que acompañó a Young con apenas diecisiete años.

Young y Whitten

Un año más y Whitten muere de una sobredosis de alcohol y Valium, apenas editado Crazy Horse (1971). Un perverso sentimiento de culpa y una amistad profunda llevaron a Young a componer una gran canción en memoria de su amigo, The needle and the damage done, incluida en su siguiente álbum en solitario Harvest (1972), que además contenía uno de los mayores éxitos de su carrera Heart of Gold, su primer número 1 en las listas.

Doesn´t mean that much to me
To mean that much to you  
(Old man, Harvest, 1972)

Desde 1972 en adelante la lista de éxitos y fracasos de Neil Young es amplia, y sus idas y venidas numerosas, voy a nombrar los que, para mí, son los mejores discos desde entonces: Zuma( 1975), Rust Never Sleeps (1979) Trans (1981), Harvest Moon ( 1992), Sleep with Angels (1994), Mirror Ball (1995). Entre medias, centenares de desencuentros con sellos, managers, músicos y amigos además de algún disco de mierdas como pianos ( Everybody´s Rockin´ , 1983) junto a una nueva banda de rockabilly llamada The Shocking Pinks.

Como no tengo intención ninguna de discutir, esto es un trozo de papel y no tenéis manera de dar conmigo, voy acabar ahora mismo el artículo. Ironías de la vida, hoy mismo se publica Live at the Cellar Door, disco que recoge un par de conciertos que dio Young, él solito con piano y acústica en 1970 y que es, con toda seguridad, lo mejor que ha publicado desde el cambio de milenio.

Warner Brothers acaba de probar mi argumento: es hora de que alguien le diga a Neil Young que su tiempo se ha acabado. Que descanse, que se acomode.



Cayo Valerio

CUIDADO CON EL SEÑOR BAKER

Un chico norteamericano llamado Jay Bulger tenía 26 años cuando un amigo suyo le enseñó un documental que había hecho en el pasado. “Hey Jay, check this out.” La cinta iba sobre un chiflado de pelo rojo que cruzaba el desierto del Sahara al volante de un Range Rover. El alucinado era Ginger Baker, uno de los mejores baterías de todos los tiempos.

Jay Bulger sintió que debía conocerlo en persona. Se hizo pasar por reportero de la Rolling Stone y viajó hasta Sudáfrica para entrevistar al mito. Pasó varios días en su casa y escribió un artículo que acabó vendiendo a la famosa revista. El diablo y Ginger Baker, así se llamó el artículo, se publicó en agosto del 2009. Pero conocer a Ginger Baker le produjo tanta impresión que Jay Bulger quiso más, y empezó a preparar un documental: Beware of Mr. Baker, que se estrenó el año pasado. No tiene desperdicio.

En 2009, cuando Jay Bulger llega a Sudáfrica por primera vez, Ginger Baker tiene 69 años. Vive en una pequeña localidad de granjeros llamada Tulbagh, en una finca de  324. 000 m2 (54 campos de fútbol más o menos). Viven con el su pareja (una guapísima mujer de Zimbawe de 27 años que conoció por internet), las hijas de esta, 39 caballos, no sé cuántos perros y un montón de empleados. Vivió antes en otra ciudad sudafricana, KwaZulu, pero los paisanos de ahí lo obligaron a irse.


 

No sintáis pena. Para el señor Baker, queridos drugos, eso no era ninguna novedad. Que lo expulsaran de donde sea que estuviere era cosa normal. Perseguido por Hacienda, gobiernos locales o exmujeres, antes de que los simpáticos habitantes de KwaZulu lo echaran a patadas Ginger Baker ya tuvo que salir corriendo de Inglaterra, Italia, Nigeria y EEUU. El señor Baker es un pedazo de cabrón.
En 2009, entonces, lo tenemos en Tulbagh, viviendo en una pedazo de finca con una negra 42 años más joven que el, perros, caballos y más cosas. Para entonces, sin embargo, y a pesar del casoplón y la negra, Ginger Baker ya estaba pagando por todos sus pecados. Unos años antes le diagnosticaron una enfermedad jodida y degenerativa que afecta a la médula espinal. Todos los días, antes de desayunar, el señor Baker tiene que enchufarse a su máquina de morfina para que disminuya el dolor, y luego tomarse una riquísima ración de antidepresivos y calmantes. Se pasa buena parte del día sentado en su sillón, jurando y fumando sin parar (tres paquetes al día oiga). Además está arruinado.
 

El puto Ginger Baker queridos drugos. Un batería excepcional. Y además un músico muy formado, capaz de componer y hacer arreglos de cualquier clase. El primer gran batería de rock, aunque a el eso del rock le parece una cosa menor, una mariconada. Sus ídolos musicales son todos músicos de jazz.

Nació en un barrio humilde de Londres el 19 de agosto de 1939, unas semanas antes de que empezara la II Guerra Mundial. Su padre, que era albañil de profesión, se alistó al ejército. Murió cuando el pequeño Baker tenía cuatro años. Pero antes de irse dejó una carta para su hijo, para que la abriese cuando cumpliera 14.
 
Al salir del colegio el pequeño Ginger se dedicaba a hacer chiquilladas con su cuadrilla. Solían ir a una tienda de discos para robar. Ginger hacía de señuelo, su labor consistía en pedir discos al dependiente y escucharlos, así sus amigos podían robar con tranquilidad. Y así nació su interés por el jazz.
 
Pero un día su madre encontró un montón de discos en su casa y le dio una buena tunda. Desde entonces Ginger se mantuvo al margen de aquellas pequeñas actividades delictivas. Y los de su antigua cuadrilla también empezaron a zurrarle. Recibió aquellos abusos sin tratar de devolver los golpes, hasta que cumplió 14 y abrió la carta de su padre. (No es coña. Pasó así) “Querido hijo”, decía la carta, “Aquí te dejó algún consejo sobre cómo creo que debes comportarte en la vida. Sé un hombre siempre. Sé fuerte. Utiliza tus puños, normalmente son tus mejores amigos. Bla, bla, bla… Tu padre que te quiere”. Y entonces, queridos drugos, cuando en el colegio otro chaval soltó un chiste desafortunado, el joven Baker le dio un palizón. Y así se desató, sin remedio en adelante, ese carácter violento. El mismo carácter que tiene hoy, con 74 años.
 
Aquel episodio lo ayudó a ganarse el respeto de los demás. Desde entonces, cuando en clase golpeaba y golpeaba el pupitre como si fuera un tambor, los demás gritaban, aplaudían y jaleaban.  En una fiesta, poco después, lo animaron a sentarse a la batería. Se sentó y sorpresa: podía tocar. “Fuck, i’m a drummer”, pensó el joven Ginger.
 

Siguió tocando de forma compulsiva y empezó a ganar reputación como buen batería de jazz. Luego, a los 20, el y su novia Liz tuvieron su primera hija. Por entonces Ginger ya era yonki. Lo introdujo en la heroína uno de sus ídolos musicales: Phil Seaman. También gracias a Seaman Ginger descubrió la música tradicional africana y todos esos ritmos watusi. Escuchar esos discos le produjo la misma sensación que descubrir el jazz en aquella tienda en la que robaba de crío. Cuando nació su hija, entonces, Ginger decidió desengancharse. Pero le llevó 20 putos años. Estaba cantado que no podía ser un buen padre de familia.
 
También conoció por aquel entonces, durante los primeros años de la década de los 60, a otro músico excepcional: Jack Bruce. Jack tocaba el contrabajo en una banda llamada Alexis Corner’s Blues Incorporated. Nadie en el grupo estaba contento con el batería, un jovencísimo Charlie Watts (luego batería de Rolling Stones), así que se marchó y cedió su lugar a Ginger. El jazz perdía popularidad en favor del R&B. Luego se unió a la banda otro gran músico, un drogata de categoría superior, como Baker, un teclista gordo llamado Graham Bond.
 
Cansados de tocar por poco dinero, Graham Bond, Jack Bruce y el propio Ginger Baker formaron otra banda: la Graham Bond Organization (1963-1966). Jack Bruce cambió el contrabajo por el bajo eléctrico. Pronto se convirtieron en una de las bandas más influyentes de todo Londres, y también de toda Inglaterra. Aquel fue el primer contacto de Ginger con la fama.
 
Además de por ser músicos brillantes, la Graham Bond Organization también empezó a ser popular por los enfrentamientos que protagonizaban Jack Bruce y Ginger Baker en el escenario. Se entendían bien en lo musical pero peleaban sin parar. Durante una actuación Ginger dejó de tocar y se lanzó a por Bruce. Lo tiró al suelo de un gancho de derecha y empezó a darle patadas. “Levántate capullo”, le gritaba. Le dio una buena. Luego sacó un cuchillo y le dijo: “¡estás despedido!”. Y Graham Bond no hizo una mierda por impedirlo. Por entonces estaba tan metido en el caballo como Ginger, o más, y nada le importaba un carajo. La Graham Bond siguió tocando un tiempo sin Bruce. Nunca tuvieron éxito comercial. Solo después de su disolución, como pasa a veces,  empezaron a venderse mejor sus discos y recopilatorios.
 

En 1966 Ginger dejó la banda. “Ahora voy a formar y liderar mi propio grupo”, se dijo. Y pensó en otro músico cojonudo que ya conocía, inglés también. El fulano se llamaba Eric Clapton. A Clapton le gustó la idea. Pero en la cabeza de Baker se dispararon todas las alarmas cuando Clapton propuso al tercer miembro: Jack Bruce. “Oh God”, pensó Ginger.
 
Pero Jack Bruce y el dejaron a un lado sus problemas y así nació Cream, uno de los primeros grupos de rock superventas. En solo dos años, que fue lo que duraron juntos, vendieron 15 millones de discos. Puede que no os guste una mierda, pero Cream estalló como una puta bomba atómica. Fueron incontestable influencia para muchísimas bandas que se hicieron populares en los 70: Pink Floyd, Black Sabbath, Led Zeppelin y su puta madre. Y también fueron admirados por los músicos de aquella generación: Carlos Santana, los Grateful Dead o Jimi Hendrix. Cuando Hendrix iba a Londres siempre quería tocar con Cream, no había nadie a quien admirara tanto. Algunos también ven conexiones entre Cream y lo que luego se llamó heavy-metal. Sobre este legado Baker siempre ha dicho: “De ser cierto tendríamos que haber abortado”.
 
En cualquier caso, desde el principio quedó claro que Cream no iba a durar mucho. Jack y Ginger seguían llevándose a matar, y Eric Clapton, que estaba siempre en medio, no podía soportar tanta hostilidad. En noviembre de 1968, dos años después de empezar y cuatro álbumes de estudio después, Cream dio su último concierto.
 
Ginger Baker formó Cream y fue exactamente como el quiso que fuese, pero nunca obtuvo el crédito que se mereció. Jack Bruce y Peter Brown (letrista) son los que se han repartido hasta la fecha la mayor parte de los millones que ha generado su música. Baker y Clapton siempre han recibido mucho menos.
 
Clapton sintió alivio cuando Cream se disolvió.  Decidió alejarse de Jack Bruce y Baker, sobre todo de Baker, y se acercó a un amigo suyo llamado Stevie Winwood. Los dos decidieron empezar una nueva banda: Blind Faith. Pero adivinad quién siguió al bueno de Eric y se acopló al grupo: el puto Ginger Baker, la última persona que Clapton quería a su lado. Blind Faith duró menos de un año. Tres meses después del último concierto, cuando Ginger volvió a Londres después de haber pasado una temporada en Hawai y en Jamaica con su familia, fue a ver a Stevie. Este le dijo que Clapton se había unido a Tyler and Bonnie y que el volvía a reunir a su antigua banda, Faith.
 
Entre 1969 y 1970 Baker estuvo involucrado en otra aventura musical que el mismo puso en pie: la Ginger Baker’s Airforce, una big band. Ginger había ganado bastante dinero con Cream y Blind Faith, así que decidió invertir de su propio bolsillo en el nuevo proyecto. Fue un tremendo error, según reconoció más tarde. La aventura duró un santiamén.

 
Pero fue otro acontecimiento importante el que lo empujó a dejar Londres, cruzar el Sáhara en su Range Rover y luego instalarse en Nigeria durante seis años. Ocurrió durante una noche de septiembre de 1970, en la misma Londres. Hendrix estaba en la ciudad. Ginger se había quedado sin heroína y Mitch Mitchell (el batería de Hendrix) le propuso ir a buscar a Jimi. Buscaron toda la noche en vano. Cuando estuvo cansado de buscar, Baker se introdujo en las venas un montón de cocaína y estuvo a punto de morir. Al día siguiente Ginger se enteró: esa misma noche Jimi también había sufrido una sobredosis (mezcla de pastillas para dormir y alcohol), se había ahogado en su propio vómito y estaba muerto.
 
Así las cosas, dijo adiós a su mujer y a sus tres hijos y se fue. Ginger Baker sentía la llamada de África desde hacía mucho. Antes de que acabara el año ya estaba en Nigeria. La década de los 70 fue bastante movida por ahí. No voy a extenderme mucho, no os preocupéis, buscad el documental y verlo si queréis saber toda la historia.
 
Baker pasó seis años en Lagos, la capital del país. Montó el primer estudio de 16 pistas de toda Nigeria. Trabajó con muchísimos artistas, el mejor y más conocido de todos se llamaba Fela Kuti, que se convirtió casi en su hermano. Todos los músicos negros lo respetaban. Durante aquellos años descubrió también la otra gran pasión de su vida: el polo. Y hacia 1976 unos mafiosos blancos se acercaron a el y le dijeron que no podía tener el estudio abierto. Los mandó a tomar por culo; los mafiosos fueron a matarlo; y Baker se subió a su Range Rover y salió pitando del país.
 
Volvió a Londres, a su casa, con su mujer y sus tres hijos. En Nigeria había perdido una fortuna así que debía trabajar. Se unió a los hermanos Gurvitz y pusieron en marcha la Baker Gurvitz Army. Pero su amor por el polo se entrometió y truncó sus planes de rehabilitación. Baker hizo traer desde Argentina 30 caballos. Hacienda se enteró y empezó a perseguirlo. Le dijeron: “Nos debe 150.000 libras señor Baker”. El señor Baker no tenía tanto dinero, así que Hacienda embargó su casa. Para Ginger fue una época desastrosa, así que empezó a consumir durísimo otra vez. Su mujer y sus hijos se quedaron en la calle, y el decidió poner tierra de por medio. Pensó que solo podría rehabilitarse si se alejaba de Londres y de todas las personas que conocía. En 1982 se marchó a Italia con una chica de 18 años, Sarah Dixon, que se convirtió luego en su segunda mujer. No volvió a vivir en Inglaterra nunca más.
 
Los seis años que pasó en Italia fueron también horribles. Vivió en una granja desastrosa que se caía, sin electricidad y sin nada salvo un par de caballos, varios perros y su batería. Sarah Dixon se había casado con Ginger Baker porque era una estrella del rock, pero cuando llegó ahí a la Toscana, a aquella granja en medio de ninguna puta parte pensó: “What the fuck…” Así que en cuanto tuvo oportunidad abandonó a Ginger, que se quedó solo.
 
Durante ese tiempo trabajó poco, no tenía con quién. Solo un tipo llamado Bill Laswell, que era entonces productor de Pil, fue a buscar a Baker para ofrecerle algo. Se lo había pedido Johnny Rotten: “Ve a buscar a Ginger Baker”, le había dicho. Laswell consiguió que Baker volviera a un estudio. Colaboró en el quinto álbum de estudio de Pil (Album, 1986) y en otros tantos proyectos.
Baker vivía en la mierda. A los vecinos de la Toscana no les gustaba nada aquel inglés pelirrojo. Ginger se metió en problemas, envenenaron a su perro, y decidió marcharse. Había estado recibiendo, además, cartas de un fulano de California que le decía: “Ginger, macho, tú tienes porvenir en esto de las películas”.
 
Metió a sus caballos en un avión y se instaló en Los Angeles en 1988. En el negocio musical tuvo que volver a empezar, como si fuera un novato. Hasta publicó un anuncio en una revista para encontrar una banda. En 1993, finalmente, se unió a Masters of Reality. Le pegó un sorbo al negocio musical de aquella época, y lo escupió enseguida. Los Angeles no le gustaba, además no se llevaba bien con la comunidad de polo local (qué novedad). Volvió a coger sus caballos y a su tercera mujer y se mudó a un rancho en Colorado.  Aunque Los Angeles es capital mundial de la droga Baker permaneció limpio. Sustituyó la heroína por los caballos y el polo, un vicio un pelín más caro. Una adicción que lo mantiene siempre al borde de la bancarrota.
 
Ahí en Colorado fundó un club de polo. Y volvió al jazz, la música de la que el venía. Formó parte de una gran banda, la Denver Jazz Quintet, con la que salió de gira. Obtuvo de nuevo el crédito que merecía, el mundo del jazz lo reconoció, sin género de dudas, como uno de los mejores. 
 

Vivió en Colorado hasta finales de los 90. Entonces la gente de Hacienda empezó a perseguirle, y también los de Inmigración. Antes de que lo deportaran oficialmente volvió a meter a sus caballos en un avión y se marchó a KwaZulu, Sudáfrica.
 
Y de ahí pasó luego a Tulbagh, como he explicado al principio. Ahí se lo encontró Jay Bulger. Viejo ya, pero haciendo enemigos como siempre, y en compañía de sus amados caballos y perros. “Los caballos nunca te decepcionan. Tampoco los perros”, dice. Se gasta prácticamente todo su dinero en procurar lo mejor para sus animales. Sacan su lado humano: regularmente financia partidos de polo benéficos que recaudan fondos para enfermos de SIDA, y dona un montón de pasta para construir mejores centros veterinarios. Tantos cuidados lo tienen al borde de la bancarrota, y eso que en 2005 Cream volvió a reunirse para dar un concierto en el Royal Albert Hall y el señor Baker se embolsó varios millones de euros. Ya no le queda nada.
 
Y adivinad qué pasó luego. Pues otra vez la misma puta historia. Uno de su perros apareció muerto, envenenado, y el señor Baker, con 70 palos, hizo las maletas, vendió todo y se echó a la carretera otra vez. Palabra que fue así. No tengo ni zorra de dónde está ahora, a finales del 2013, pero seguro que no se queda mucho tiempo.  El puto Ginger Baker. Life’s a bitch.


Carlton Banks

Japón psicodelia en Coruña

 Últimamente me he aficionado a beber un vino barato que venden en el supermercado de enfrente de mi casa, según mi abuelo tiene un excelente buqué y por tan solo un euro y veinticinco céntimos, la verdad es que está de puta madre. Para escribiros la reseña del concierto que vi viene cojonudo, ya que ahora bebiendo solo en mi casa y escuchando al grupo que fui a ver me vienen a la mente reminiscencias del mismo tan tangibles como la realidad misma.

Hace apenas un mes estaba en mi casa mirando como un bobalicón las actualizaciones de Facebook de la gente, una tras otra, hasta que hubo una que despertó mi curiosidad más allá de los pechos turgentes de alguna chica que tengo entre mis contacto o las aberraciones que suben algunos panolis que, la verdad, no sé ni para qué los tengo entre mis amistades cibernéticas. Un conocido distribuidor de música local advirtió que tenía a la venta entradas para el concierto de un grupo de rock psicodélico japonés que, por aquel entonces, no me sonaba de nada. Acid Mothers Temple, me pregunté, joder… ¿Qué mierda es esto? Japoneses haciendo música ácida y coño… Vamos a escucharlos. Para mi sorpresa eran muy buenos, me pasé esa semana entera escuchándoles sin parar viajando entre sus acordes ininteligibles y sus idas y venidas, entre sus sonidos repetitivos hasta que volví en mí mismo y me dije… Carlangas, no te pierdas a esta gente ni de broma.


No lo dudé, me compré la entrada por internet (once euritos no era nada) y tras intentar enganchar a algunos de mis compinches de fiestas y conciertos sin éxito alguno, emprendí, solo ante el peligro, la marcha que se convertiría sin duda en el mejor concierto que vi en todo el año.

Llegó el Sábado del concierto y resultó que quince minutos antes de empezar, mientras bebía en mi bar habitual, Paty, un amigo que conocí en el instituto hace ya casi nueve años, se había apuntado, así que me apuré la cerveza, me pedí otra para hacer más dulce mi marcha fúnebre hacia la hecatombe greco-japonesa que se iba a celebrar en la sala “Le Club” de La Coruña y me dirigí sin más dilación hacia el espectáculo.

Al llegar a la puerta se predecía que todo iba a estar bien, las cervezas previas habían hecho su efecto social y me sentía abierto tanto a la gente que había por allí como a la música que iba a sonar que sin duda es de difícil comprensión debido a su extraña forma. Conocí a un amigo de Paty con el que hablé de música un rato y con el que intercambié un par de grupos que me molaban, entre ellos como no a mi queridísimo Hank3, y entonces me fijé a mi alrededor y vi que había mucho heavy rondando la entrada, pregunté y me di cuenta de que los músicos venían a interpretar un disco de “Black Sabbath” muy conocido (que a mí no me sonaba de nada porque no escucho nunca ese grupo) que lleva por título “Paranoid”.

Yo volví a mi conversación sobre música hasta que de repente, aparecieron entre los heavies, los borrachos, Paty, mi nuevo amigo y yo unos tipos de lo más extraño con los ojos rasgados y portando sendas botellas de vino tinto que bebían de copones inmensos a grandes tragos. En ese momento pensé que unas personas que llegan a un lugar y beben la bebida local para emborracharse antes de tocar solo podían ser una cosa, genios. Es más, lo curioso es que en su visita a España, solo daban dos conciertos, uno en Madrid y otro aquí en mi bonita ciudad portuaria, algo que se sumó a lo de que se privaran el vino y me confirmara sin lugar a dudas que estos tíos eran la polla.


Ya me tardaba entrar, la gente se apelotonaba en la puerta, pero los privilegiados que ya habíamos adquirido la entrada vía web teníamos a nuestro propio matón en la puerta con nuestros nombres en una lista recibiéndonos como a marqueses y pasando del culo de todos los tipejos que se agolpaban para pagar en efectivo o mostrar sus entradas compradas en la tienda del vendedor de discos local. El caso fue que nada más pasar, como siempre, miré el ambiente y para mi sorpresa ya había más gente dentro y la verdad es que la sala estaba a reventar, cosa que me pareció muy curiosa ya que cuando compré mi entrada desde el ordenador, pensé que sería el único que iría a ver a los nipones en su visita al noroeste del país. Pues bien, hice lo que creo que hacemos todos nada más llegamos a un concierto, pub o bar cualquiera, me acerqué a la barra y eludiendo al camarero forzudo y de envergadura más que formidable, le pedí a la voluptuosa camarera una cervecita fresca para que el inicio del show me pillase armado y más que listo.

Las luces se atenuaron, el escenario quedó en una penumbra solo profanada por ciertos reflejos azules y rojos que iluminaban los bordes del púlpito donde inmediatamente se subieron los que serían nuestros propios Dionisos durante casi dos horas aquella madrugada. Un riff de bienvenida enmudeció al personal y acto seguido comenzó el espectáculo. Es difícil describir la situación tal como la viví, pero fue sorprendente en todos los aspectos. Yo que no conocía las canciones del disco de Paranoid, apenas me enteré de que los temas no eran creaciones del propio grupo, ya que habían hecho tan suyas cada una de las canciones que sonaba totalmente auténtico. Cuando remataron el primero de los ritmos, un golpe me subió desde la barriga al pecho, aquel dinero había estado bien invertido y no me hacía falta ni un minuto más para saberlo. Y fue justo en ese momento cuando un hombre que tenía delante se giró y me dijo: ¿Ca-loh’, que pasa Ca-loh’? mierda… ¿Quién cojones era ese pibe que se dirigía a mí de esa manera tan familiar? Mi cara lo decía todo y él se percató de que no tenía ni pajolera idea de quien mierda era, ¿Qué pasa, no me reconoceh’? Mi expresión volvió a delatarme, hasta que me explicó que nos habíamos conocido en una rave a las dos de la tarde a saber qué día hacía cosa de unas semanas, me dijo que le había encantado el tipo aquel que le había recomendado, ese tal Ty Segall ¡Hostia! Todo encajaba ya, era Ale, un sevillano muy majo con el que habíamos estado charlando bajo los influjos de todo tipo de sustancias en una noche que había sido realmente muy extraña. Esperaba de todo menos encontrarme a aquel hombre en ese concierto que no hacía más que deparar una sorpresa tras otra.

Los Acid Mothers Temple volvieron a la carga y sonaban con tanta finura y calidad, haciendo ese ruido tan grueso y sucio que era hasta orgásmico oírles. Aquellos cuatro japoneses eran cosa de otro mundo, el batería tenía todas las pintas de Steve Aoki, dándole una auténtica tunda a sus baquetas contra los parches y platillos, moviendo de manera frenética su larga melena y acompasando todo lo que hacían sus compinches que nada tenían que envidiarle en cuanto a extrañeza, ya que el bajista era el típico japo amigo del prota de una película de cine independiente que, borracho como una cuba, se anima a cantar en el karaoke a las tantas de la madrugada, rezumando olor a sake por los cuatro costados justo después de perseguir a una colegiala que buscaba inocentemente un escarceo amoroso tras discutir con su padre conservador y huir del hogar familiar con el uniforme de su escuela puesto. Pues bien, el tipo cantaba al mismo tiempo que rasgaba las gruesas cuerdas de su bajo con un pelo a la taza casi insultante para la época y un sobrepeso si no gracioso, peculiar cuanto menos. El líder de la banda y fundador de la misma Kawabata Makoto, con una habilidad increíble tocaba la guitarra agitando su pelazo ondulado y pisando sus pedales con unas botas de cowboy que pedían a gritos patear el trasero de algún idiota de la primera fila que grababa con su Smartphone el concierto para luego subirlo a Youtube. Pero sin duda el más raro de ellos era un señor con el pelo extremadamente fino y blanco con una perilla larga y canosa que tocaba lo que denominé como un clítoris musical (un extraño instrumento que al rozarlo y acariciarlo despedía por las pantallas un chirrido cósmico que daba el jugo meloso a la música que estábamos escuchando entre empujones y sudor aquel sábado noche) moviéndose de atrás hacia delante arrugando y frunciendo su ceño, manteniendo sus manos delicadamente en aquel aparato y teniendo su mente más cerca del cinturón de Orión que de Galicia, dando el toque hiperespacial que caracteriza al grupo, añadiéndole un matiz milenario debido a su aspecto de shaolin experto en artes marciales. Este personaje, no solo acariciaba su clítoris musical, sino que también soplaba la armónica con el ímpetu de Sonny Boy Williamson II pero con una técnica más próxima a la mía, un tanto burda, pero original.


Las birras me pesaban en la vejiga y el meato estaba a punto de escapárseme por la punta, así que entre empujones y medios bailes fui al baño a evacuar. Cuando acabé, salí y al pillar una canción ya empezada, no quise molestar a la peña y me quedé cerca de la salida de los servicios que, coincidentemente, estaba al pie del escenario, así de paso miraba los pedales de Makoto y las mallas ajustadas y muy punkarras del bajista, que desde mi anterior posición me resultaban inalcanzables a los ojos. La música seguía flotando gracias a los golpes de los cuatro componentes del grupo, y resultó parecerle tan buena al público que una solitaria chica que se acababa de pedir una copa, en la cual vertió la parte de Coca-Cola de manera muy violenta, decidió voltearse y entre gemidos y caras de odio se bajó los pantalones y las bragas y les mostró a los Acid Mothers Temple su conejillo y su culo, quien sabe si pidiendo algo o agradeciendo la visita de los japoneses a nuestra bonita ciudad.

De ahí al final del show, no podría explicaros como tocaron con palabras escritas y ya que en el fanzine no podemos incluir sonido o discos compactos ni archivos mp3, os recomiendo que escuchéis alguno de sus cd's como "Pink Lady Lemonade", "La Novia" o "The Beautiful Blue Ecstasy" donde tenéis horas de inmersión sensorial y de música casi tribal, pero con un toque transgresor y rockero muy serio. Los temas de esta gente duran desde minutos a horas, siendo algunos discos sólo un tema que con el tiempo va cambiando hasta tener una metamorfosis completa de manera continua.

Cuando concluyó todo, Ale, Paty y yo fuimos al bar Faluya donde como buen parroquiano, quedé tomando cervezas con ellos hasta el final de la noche, que cómo no, resultó en un kebab, pidiendo algo de alimento para irnos al sobre tambaleándonos por los efectos de la gran ingesta de alcohol de esa noche. No recuerdo que soñé esa madrugada, pero seguro que fue de lo más extraño y que le acompañó un despertar despeinado, resacoso pero satisfecho en cuanto a música en vivo se refiere.

Un abrazo compadres y os espero en Donato 4!!


Carlos Coppel 

CAGO EN DIOLA

Suplemento de ilustraciones que acompañó al Nº3. Editado por Donato Fanzine en diciembre de 2013.


Ana García





Borja Alvarez






Carlos González






Ángel Biyanueba






Ana Leal







Roberto Massó








Sien ZuloAzul







Gráficas Torete ( Juana Canina, Alberto Blazquez, Kalifrogman y Pablo Camarero)







Adrián Coira

PURE POP FOR POP PEOPLE

La breve historia de The Gits es la historia de los perdedores. Y aunque los perdedores sean mayoría, no todos merecen el lamento de su generación ni de las futuras. El caso de The Gits es, en cambio, trágico por injusto.
Es un buen lugar para esperar a la muerte y asfixiarse en su normalidad y su conformismo” dijo Jammie Git acerca de Horsham (Reino Unido), ciudad de la que surgieron para quedarse. The Gits nunca lo lograron más allá de las fronteras de Sussex. Pero es que a The Gits nada les salió nunca bien, excepto muchas canciones.
Porque las canciones de The Gits lo tienen todo para merecerse un lugar en sus oídos y sus corazones. Atados siempre in extremis a las estructuras pop y una tradición tan británica como hacer canciones jodidamente buenas, The Gits llevaron sus canciones de un lado a otro del espectro sonoro británico, sin demasiados alardes experimentales – salvo excepciones- y un sonido gris, imperfecto pero genial. Canciones que bailas con pena porque así es como deben bailar en Horsham, demostrando un talento para la melancolía que abruma. A pesar de todo, The Gits ni estaban tristes, ni se tomaban muy en serio así mismos. Ya se encargan de demostrarlo en los interludios que pueblan sus cintas hasta Songs for Swinging Shepherds, o el final de la cara B de Golden Hour donde se despiden de sus fans con un discurso de agradecimiento de plastilina.
Incluyendo contadas incursiones en los caminos de la experimentación post-punk, The Gits lograron combinar una genial amalgama de elementos para crear canciones ingenuas pero memorables, oscuras pero sonrientes; sin glamour pero con mucho, mucho estilo. Canciones que, hasta la fecha, pueden encontrarse en una colección de 4 cintas nunca publicadas ( Men or Gods?, Chris Morris, Golden Hour y Songs for Swinging Shepherds), el EP Mothers Know How y un único single “Two many people & Happy Song” que no llegó a editarse debido a un error en la masterización. En total, una veintena de canciones durante los tres años de su brillante vida musical. En la práctica, la mayoría de las canciones de las tres primeras cintas son las mismas. Sin embargo, en Songs for Swinging Shepherds se produce un giro en favor de un sonido más pulido, de una perla más brillante. Quizás, entre 1988 1989, las canciones perdieran algo de esa inocencia tan favorecedora.
A pesar de todo, si Golden Hour hubiese válido como carta de presentación de estos señores al mundo, hoy en día existiría una alternativa Pop al pop… Grandes canciones siembran grandes esperanzas pero por sí solas, y por desgracia, no cosechan éxitos duraderos.
Y como todas las esperanzas perdidas, The Gits tiene quién los redima veinte años después. El sello de indie-pop alemán FireStation Records está preparando un CD que recopilará lo mejor de esta banda inglesa cuya fugaz carrera dio para muchas glorias y muchas penas.


Cayo Valerio

David Geffen: el rey del show business

 
David Geffen es un genio de los negocios, un puto genio. Ha sido el Messi de la industria del entretenimiento norteamericana durante los últimos cincuenta años. La historia de su vida es alucinante. Tiene el argumento y la estructura del clásico sueño americano. El año pasado se estrenó un documental que repasa su vida: Inventing David Geffen.
El puto David Geffen ganando millones


Le tocó nacer en Brooklyn en 1943, y en una familia judía y pobre. Soñaba con vivir en California, ganar mil dólares a la semana y tener un Cadillac descapotable. Y cuando acabó el instituto se marchó a Los Ángeles a vivir el sueño. Tuvo muchos pequeños trabajos vinculados a la industria del cine pero lo echaron de todos. Conoció, sin embargo, a una directora de casting. “Oye,”, le dice el joven David, “¿cómo hago para meter la cabeza en esto?” “¿Tienes estudios?”, le pregunta ella. “No”, dice él. “¿Algún talento especial?” “No”, dice otra vez. “Entonces deberías convertirte en agente de artistas.” David no sabía nada del asunto pero sí sabía esto: iba a triunfar, a lo bestia, iba a ser muy rico.

Volvió entonces a Nueva York y rellenó una solicitud para trabajar en la agencia de representantes William Morris. Mintió. Dijo que había estudiado en la Universidad de California, y que había trabajado como ayudante de realización en un conocido programa de televisión. Al día siguiente lo contrataron. Su trabajo consistía en clasificar el correo de la agencia. Mientras recorría los despachos repartiendo las cartas escuchaba a los agentes gritando al teléfono y mintiendo como hijos de puta. “Dios,”, pensaba el joven David, “esto es lo mío.”

Pero al poco de haber sido contratado echaron a su supervisor. “¿Qué has hecho?”, le preguntó David. “Mentí en la solicitud”, respondió el tipo. Desde aquel día David llegaba al trabajo antes que nadie para revisar meticulosamente el correo. Cuando llegó la carta de la Universidad de California, en la que decían que por ahí no había pasado ningún David Geffen, David la abrió con vapor, cambió lo que decía y la volvió a cerrar. Esa es la clase de talento que requiere ese mundillo, David tenía que triunfar.


Quería trabajar en la división dedicada al cine pero un fulano llamado Jerry Brand, el jefe del departamento de música, lo convenció para que se metiera en el negocio discográfico. Y David se lanzó a buscar nuevos talentos para convertirse en su representante. Empezaba la segunda mitad de los 60. David encontraba artistas, les conseguía un contrato y se llevaba su porcentaje. Entonces lo llamaron de la oficina de reclutamiento, tenía que ir a Vietnam. Tuvo que rellenar el formulario que el Gobierno daba a todos los que llamaban a filas. Una de las últimas preguntas era: ¿Tiene tendencias homosexuales? “Tú pon que sí”, le dijo un amigo. Y así se libró. (Resulta que no mentía porque David Geffen es gay).

En 1969 David ya llevaba varios años siendo el agente de Laura Nyron. Confiaba tanto en ella que abandonó su trabajo en William Morris. Laura Nyron era una buena compositora y cantante, pero no quería salir de gira. Le había conseguido un contrato con Columbia Records, que por aquel entonces llevaba a los números 1 en las listas de ventas. Pero sin salir de gira no había forma de dar a conocer el disco. Vendieron solo 25-30 mil copias. Para lanzar su carrera David decidió fundar un pequeño sello, Tuna Fish Music, y conseguir que otros grandes intérpretes cantaran las canciones que ella componía. Fue un éxito absoluto. Lograron que tres de sus temas estuvieran entre los diez más escuchados del país. En 1969 Laura Nyron ya era famosa. Lo mismo que Tuna Fish Music y el propio Geffen. Entonces vendieron el sello a Columbia por 4 millones de dólares. En cuatro o cinco años David Geffen había hecho a Laura Nyron rica y famosa (y a sí mismo también). Tenía 26 años.
Geffen y Laura

En 1971 se mudó a Los Ángeles y se asoció con Elliot Roberts, amigo y antiguo compañero en William Morris. Juntos fundaron la agencia de representantes Geffen & Roberts (típico). Elliot era el agente de Joni Mitchell, Neil Young, Crosby, Stills y Nash. Se asoció con David porque sabía que junto a él ganaría mogollón de dinero. David siempre se salía con la suya. Un ejemplo: un poco antes de que se asociaran, en 1968, Elliot llamó a David. “Macho, necesito tu ayuda.” Gracias a Joni Mitchell, Elliot había conseguido ser el representante de Crosby, Stills y Nash. Crosby y Nash tenían contrato con Columbia pero Stills estaba atado a Atlantic. Para poder grabar un disco necesitaba que los de uno u otro lado rescindieran sus contratos y se pasaran al otro. “Vale, no te preocupes”, le contestó David. David pensaba que Columbia era el mejor sello por aquel entonces, así que fue a reunirse con los de Atlantic Records para conseguir a Stephen Stills. Entró ahí exigiendo, con su habitual arrogancia, y salió recibiendo gritos e insultos. Pero al día siguiente el dueño y fundador de Atlantic Records, Ahmed Ertegün, llamó a David para disculparse y organizar un encuentro. El señor Ertegün pensaba que era mejor llevarse bien con David. Después de reunirse, David tuvo tan buena impresión de el señor Ertegün que decidió llevar a los que faltaban a Atlantic. Se reunió con Clive Davis, de Columbia, al que ya había tratado mucho, y le cambió un grupo de mierda por Crosby y Nash. Luego estos firmaron con Atlantic. Sacaron su primer disco en mayo de 1969. Y todos los discos que vinieron, también los que hicieron con Neil Young, los hicieron para Atlantic.

En 1971, entonces, Geffen y Roberts fundan su agencia de representantes y establecen su cuartel en Sunset Bulevar. Nadie cuidaba a sus representados tan bien como ellos. Todos eran amigos. Y David y Elliot hacían la pareja perfecta. Elliot estaba más cerca de los músicos, era el que los acompañaba durante los conciertos y las giras, el que les conseguía la yerba, salía de fiesta y fumaba con ellos, y David, que era el que sabía de dinero y negocios, se encargaba de cerrar contratos y gritar por teléfono.

Un día recibieron la cinta de un chaval llamado Jackson Browne, un cantautor. Todos los artistas que representaban hacían música de esa. A David le emocionó. Decidió ficharlo y recorrer todas las casas de discos de la ciudad para que alguien lo contratara. Pero nadie quería. Al final David fue a ver a su amigo Ahmed Ertegün, de Atlantic Records. “Ahmed, tienes que contratar a este chaval, va a vender millones de discos, te va a hacer mucho más rico.” “Yo ya soy mucho más rico”, le contestó el señor Ertegün. “¿Por qué no fundas tu propio sello, le haces un disco y te haces mucho más rico tu?” Y lo hizo. Ese mismo año de 1971 David Geffen y Elliot Roberts fundaron Asylum Records.

Nació para ser un sello familiar, para publicar a Jackson, Laura Nyron y algún cantautor más. (Por cierto que Laura Nyron traicionó a David y se fue a Columbia). A David le gustaba cuidar a los artistas que contrataba. Le importaba de verdad conseguir lo mejor para ellos. Le gustaba ser el centro de la vida de esas personas, el que les conseguía el dinero, el que no dejaba que nadie les tocara los cojones. Quería hacer por todos ellos cosas que nadie más pudiera hacer. Si no tenían casa en Los Ángeles podían quedarse en la suya, o les pagaba un sueldo para que buscaran un sitio… Todo los chavales aspirantes a músicos querían que David se hiciera cargo de ellos. Todo lo que tocaba se convertía en oro. Un noche, por ejemplo, conoció a un chaval llamado Glenn Frey, que era parte de un dúo. “Tu tienes que buscarte un grupo”, le dijo. “Corre, forma un grupo.” Y Glenn Frey formó los putos Eagles. Le dio dinero para que pagara el alquiler, comprara un coche, y hasta para que fuera al dentista. Y dejó que se concentrara en la música. “No te preocupes, tú concéntrate en componer. Te voy a hacer rico y yo me voy a hacer aún más rico”, le dijo. Y fue justo así. Y al loro con los putos Eagles, porque en 1976, después de haber sacado cuatro discos, a David Geffen se le ocurrió hacer un Grandes Éxitos. A nadie se le había ocurrido hacer un Grandes Éxitos tan pronto, pero el disco fue un bombazo. Hasta hoy es el disco recopilatorio más vendido de la historia: 42 millones de copias. Y su quinto álbum de estudio, Hotel California (1976), ha vendido hasta la fecha 32 millones. Al loro.

Pero para entonces David y Elliot ya no eran los únicos dueños de Asylum Records. Y aunque fue idea suya, en 1976 David ya no era parte del sello. Hacer de padre y de héroe de tanta gente alimentaba el gigantesco ego de David Geffen pero también empezó a cansarle. En 1972 David y Elliot vendieron Asylum al grupo Warner Communications. Un fulano llamado Steve Ross era el jefe del grupo y quería a David porque sabía que era una superestrella. Asylum se fusionó con Elektra y se convirtió en Asylum/Elektra Records. David y Elliot se embolsaron dos millones de dólares y David siguió al frente del sello, sólo que trasladó su despacho más arriba. En 1973, el porcentaje de discos que publicaban y que tenían éxito era mayor que el de cualquier otra discográfica. El negocio de la música daba mucho dinero. David siguió preocupándose y cuidando a sus artistas pero ya no era como aquel primer año. El sueño hippy de algunos se desvaneció. Otros sabían que pasaría antes o después, David Geffen tenía que llegar mucho más arriba.

David fue el jefe de Asylum hasta 1975. Firmaron entre otros a Tom Waits, con el sacaron siete discos (sus siete primeros discos), Joni Mitchell, que seguía siendo la representada de Elliot Roberts, Bob Dylan and The Band o los propios Eagles. En 1975 David Geffen fue a ver a Steve Ross y le dijo que quería dejarlo y dedicarse a las películas, que era lo que quería haber hecho desde un principio. Ross lo nombró vicepresidente de Warner Bros Pictures. Lo despidieron tres años después, en 1978, por hacerse el chulo y tocar las narices a demasiada gente.


Dos años después llegó a otro acuerdo con Warner Communications y levantó su tercera empresa: Geffen Records. Sus primeros fichajes fueron galácticos: Donna Summer, una conocida artista disco, Elton John y John Lennon. El 17 de noviembre de 1980 se publicó Double Fantasy, el primer disco de Lennon desde 1975, y el último. Llegó al número 8 de las listas de ventas. Dos semanas después asesinaron a Lennon, y en siete días el disco ya era número 1. David también fichó a Neil Young, al que conocía desde hacía mucho. Sus dos primeros discos para la compañía fueron Trans (1982), que estaba lleno de vocoders, sintetizadores y cajas de ritmos, y Everybody’s Rockin’ (1983), un disco de canciones rockabilly que grabó con los Shocking Pinks. Como fueron un poco fiasco, en 1983 la compañía lo demandó por hacer deliberadamente “música no representativa de su carrera artística”. De traca. El proceso llevaba abierto un par de años cuando David decidió retirar la demanda. Se arrepintió.

Antes de esto, solo un año después de iniciar su actividad, en 1981, David Geffen decidió que la compañía también tenía que producir películas y espectáculos teatrales. Su primera elección para Geffen Films fue Risky Bussiness, un proyecto que habían rechazado todas las productoras de la ciudad. Se estrenó en 1983, y ¿adivináis lo que fue? Pues un puto éxito. Y luego llegaron muchos más, pero no hay espacio para hablar de ellos. Descargaos el documental.

La división musical de la compañía, en cambio, no iba bien. A diferencia de Asylum, que fue un negocio rentabilísimo desde el día 1, Geffen Records perdió dinero durante los cinco primeros años. En 1985 acababa su contrato con Warner Communications. Un año antes David se acercó a ver a Steve Ross. Como la empresa no tiraba le pidió cinco millones de dólares para relanzarla. Steve Ross no le quería dar el dinero y entonces David le dijo: “Vale, olvídalo. Dentro de un año, cuando acabe nuestro contrato, me vendes tu 50% de Geffen Records y asunto arreglado.” A Steve Ross le pareció bien porque ya no confiaba en el sello.

Mala jugada. Desde 1985 la compañía empezó a ganar mucho. Estuvo en la cresta de la ola hasta 1990. David Geffen sabía que la fórmula que le hizo rico en los 60 y los 70 ya no servía. La música al estilo los Byrds o los Eagles ya estaba fuera. Y como esa era la música que a el le gustaba y no sabía de qué iba la movida ahora, contrató a tres cazatalentos: Tom Zutaut, John Kalodner y Gary Gersh.

Kalodner le llevó a Aerosmith. Su primer disco con Geffen, en 1985, era el octavo de la banda. Después sacaron tres más, cuatro en total. El último fue Get a Grip (1993). Ocupó los primeros puestos de las listas de ventas en mogollón de países. Hoy es el disco más vendido de la banda (20 millones de copias).

Zutaut fichó para Geffen en 1986 a otro superventas: Guns N’ Roses. Estuvieron alrededor de año y medio preparando su primer disco. El 21 de julio de 1987 salió a la venta Appetite for Destruction, Un año después había vendido doscientas mil copias. A algunos miembros de la compañía no les parecía suficiente y quisieron darles la patada. Zutaut se llevó las manos a la cabeza: “El disco va a vender por lo menos cinco millones de copias”, le dijo a David, “Solo necesitamos ponerlo en la MTV.” Hasta entonces la cadena no había querido ponerlo. David Geffen llamó a quien tenía que llamar y consiguió que pasaran el video de Welcome to the Jungle un domingo a las cuatro de la mañana. Al día siguiente la centralita de la MTV echaba humo, todo el mundo quería que pusieran el video otra vez. Appetite for Destruction se vendió a lo loco. Hasta hoy 28 millones de copias. Los otros cinco álbumes de estudio de la banda también los publicó Geffen Records, y el que menos ha vendido 7 millones.

Visto el éxito de ventas que podían ofrecer grupos así, en 1990 David Geffen funda un subsello dentro de la compañía: DGC Records (David Geffen Company). Publicaron, entre otros, Goo (1990) y Dirty (1992), de Sonic Youth, con los que aún grabarían siete discos más, y Nevermind (1991) de Nirvana, que es el disco más vendido del catálogo de DGC (30 millones de copias). David Geffen aún era el jefe de la compañía pero ya no era su único dueño. Se la vendió a MCA Music Entertainment (luego renombrada Universal Music Group) y con la operación acabó ganando cerca de 800 millones de dólares. En 1995 salió de la compañía. Ya era multimillonario. Aquella fue su última aventura en el negocio musical, pero no la última aventura de su carrera. Aún se hizo más rico.

Pero no hay espacio para contar eso, descargaos el documental (David Geffen: el rey del show business , se titula en español). Es divertido ver qué poco le queda del pelazo que lucía en los 70, o cómo van pasando delante de la cámara Neil Young, David Crosby, Elliot Roberts, Jackson Browne y otros de sus compañeros de fatigas de los 70; y ver cómo han envejecido unos y otros; y comprobar cómo los de un lado aún llevan el pelo largo y los del otro, los de las grandes compañías, lucen un moreno que da asco. Un pedazo del cuadro de la gigantesca industria del show business en Estados Unidos, y para el que sepa leer, una lección sobre cómo hacerse millonario.

"Chupamela"


Carlos D.V. "Carlitos"